Hace tres mil años había un ser humano, igual que tú y que yo, que vivía en una ciudad rodeada de montañas. Estudiaba para aprender el conocimiento de sus ancestros, pero en su corazón sentía que debía haber algo más.
Un día, mientras dormía en una cueva, soñó que veía su propio cuerpo durmiendo. Salió a la noche de luna llena y vio miles de estrellas. Entonces algo sucedió en su interior que transformó su vida: se miró las manos, sintió su propio cuerpo y oyó su propia voz que decía: “Estoy hecho de luz, estoy hecho de estrellas… Todo está hecho de luz y el espacio de en medio no está vacío” … Y llegó a la conclusión de que la percepción humana es sólo luz que percibe luz. También se dio cuenta de que la materia es un espejo, y el Sueño en que vivimos es tan sólo como un humo que nos impide ver realmente lo que somos. “Lo que realmente somos es puro amor, pura luz”.
Se vio a si mismo en todas las cosas: en cada ser humano, en cada animal, en cada árbol, en el agua, en la lluvia, en las nubes, en la tierra…
Intentó describirlo a los demás, pero no le entendían. Comprobaron que ya no emitía juicios sobre nadie. Ya no se parecía a nadie. Vieron que sus ojos y su voz se habían vuelto más bellos.
Creyeron que era una encarnación de Dios; él sonrió y dijo: “Es cierto, soy Dios. Pero vosotros también lo sois. Todos somos iguales. Somos imágenes de luz, somos Dios.”
Descubrió que era un espejo para los demás en el que podía verse a sí mismo. “Cada uno es un espejo” dijo. El se veía en todos, pero los demás no podían verse a ellos mismos porque había un muro de niebla o humo entre los espejos. Esa niebla estaba hecha de la interpretación de las imágenes de luz: el Sueño de los seres humanos.
Entonces, para recordar todas sus visiones, decidió llamarse Espejo Humeante. Así recordaría siempre que la materia es un espejo y que el humo que hay en medio es lo que nos impide saber qué somos.
Don Miguel Ruíz (Extraído del libro los cuatro acuerdos)
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